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Noche de paz noche de amor

Photo du rédacteur: lquimperlquimper

Dernière mise à jour : 18 avr. 2021

por: Luis AUGUSTO QUIMPER


Noche de paz noche de amor es el primer relato de mi libro Rutina. Las Ilustraciones son de Fernanda Vegas.



Esta es la última vez que me hace lo mismo, juro que la última. Toma, aquí te va un portazo para que no te queden dudas, maldita. Esta mujer me tiene podrido. No soporto más ese tonito de profesora con el que me habla todo el tiempo; como si yo fuera un retardado. Sus pretextos son cualquier cosa: «Pero si ya es casi Nochebuena, mo chéri; ¡cómo se te puede ocurrir algo así ahora!». ¡Qué tipo de respuesta es esa, madre santa! ¿Acaso Papá Noel se va a poner celoso? «No es eso, Luciano, pero mis papis llegan en un par de horas y aún no he comenzado con la cena navideña». Sí, claro, “querida”, si no son tus “papis” es la bebe; si no es la bebe es el trabajo; si no es el trabajo es que estás “fatigué”; o con la presión baja, o con la presión alta; o cualquier otra estupidez. Además, todos los años es lo mismo: sólo a su familia se le puede ocurrir comer pescado en Navidad. «Tú sabes que a mi papi no le gusta el pavo, mo chéri; no vengas con lo mismo otra vez, s’il te plais» Yo no pinto nada en esta que se supone es mi casa, parece que le hablara a las paredes. «Para ya con eso, Luciano; sé bueno y ayúdame a bajar la platería y el cristal del aparador». Que te ayude tu abuela, Patricita, conmigo no cuentes esta noche, yo me largo. ¡Cómo demora este jodido ascensor! En la demora está el peligro, Panza, amigo. Mejor agarro las escaleras. «Y después nos ponemos guapos; a mi papi le va a encantar que te pongas la corbata que te regaló el año pasado». Como tú digas, “darling”, pero espérame sentada que parada te vas a cansar. Esta cosa es una porquería, para en todos los pisos. Ah, pero es la vecinita del tercero.


- Joyeux Noël, Monsieur.

- Joyeux Noël pour vous aussi, madame.


Mal no está esta tía, nada mal.Joder, ya es oscuro tan temprano, mejor me pongo la bufanda antes de salir. Mujer esta, la tengo cruzada. «Ya vamos a encontrar un tiempito para nosotros, mon amour». Lo mismo de siempre. ¡Qué tal viento que hace! Pero sólo son un par de cuadras y de allí: hasta la vista baby. Sos grande, Arnold. Me apuro por salir de la oficina; me soplo esa cola asquerosa para cumplir con el ridículo rito ese del intercambio y ¿qué es lo que obtengo? «Ay, está lindo, mi amor, gracias». ¿Solo gracias? ¿Nada más? Por mi madre que esta fue la última vez; esta payasada se acaba hoy mismo. Qué frio que hace, y encima ahora comienza a llover. Le soleil s'est couché, les nuages sont en liberté, le ciel va tomber. Bueno, ya estoy aquí y, por suerte, justo llega el metro. ¡Pero todavía está lleno a esta hora! No lo puedo creer. Chilla, abre, descarga, carga, pita, sopla, cierra, chilla otra vez. Unos bajan, otros suben, unos para allá otros para acá. ¡Quién entiende todo esto! El mundo vive alterado. ¿Noche de paz, noche de amor? No me hagan reír, por favor que no tengo ganas. A ver, parece que allí hay un asiento libre. Mierda, hasta en Navidad hay que apachurrarse con esta gente en estos vagones de ganado que huelen a boca de borracho. ¡Ah, mujeres! siempre ocupando todo el espacio con sus carteritas y paquetes; no pueden salir de sus casas sin menos de tres bultos en las manos; sólo son buenas para comprar. «Pero si está en oferta, mo chéri». Estoy seguro que los dueños de las tiendas se ríen de ellas. Ya lo dijo uno que sabía: son animales de cabellos largos e ideas cortas. Y tú, puerco, deja de machucar el teléfono, lo vas a reventar, imbécil. ¿Habrá necesidad de reírse así, muchachos? Por qué no regresan a su país mejor, ya no alcanza el aire para todos en este jodido mundo. ¡No empujen, maldita sea!


- Bonjour Monsieur, désolé de vous déranger, je n'ai pas de travail, je n'ai pas à manger.


No, otra vez no, por favor. ¿Qué he hecho yo para encontrarme a este tipo todos los días? ¿No descansará en las fiestas el maldito? Comienzo a odiar los acordeones. Como si ya no tuviéramos suficiente con la bulla que hay en esta ciudad. Sólo falta que se mande con un villancico. ¿Y si le doy un billete para que se baje en la próxima estación? Ah, al fin aquí está mi parada. A ver… esto es un burdel. El secreto está en salir corriendo si no quieres que te aplaste la masa miserable: vacas saliendo del corral. Un momento, gentuza, que primero voy yo. ¡Uy, carajo!, ahora sí está lloviendo de verdad. Maldito país, uno vive mojado. A ver, la plaza está por allá, ojalá que esté abierto el barcito ese de la vez pasada. Para mí que esta noche nieva de todas maneras. Navidad, Navidad, blanca Navidad. Hombre, estas tiendas aún están abiertas. ¡Qué negociado! Siempre hay que comprar algo, hacer cola, empujar, esperar, pagar, correr. Cuántas tonterías se cometen en tú nombre, Señor. ¿Este tipo pensará dormir allí con este frío?. Dicen que el papel periódico da calor, pero igual…


- Une petite pièce pour un café, Monsieur, s'il vous plait.


¿Tu buena acción de Navidad, Luciano? Ah, ya llegué; justo antes de congelarme. ¿Habrá alguien? ¿Otro que se ha peleado con su mujer? ¿O que no aguanta a su familia política?


- Une bière, s'il vous plaît, Monsieur.


**********



Luciano salió al pasillo y jaló la manija con furia. El golpe de la puerta contra el marco rompió la modorra de la tarde temprana. De uno de los departamentos del edificio del frente, una voz, lastrada por la siesta, soltó un insulto que rebotó entre las paredes verdes de la Unidad Vecinal. Luciano agarró el pasamano y casi voló por los escalones hasta ganar el pasaje central, cruzó por la loza deportiva, abandonada al sol, y alcanzó la calle. Sin dejar de andar, prendió un cigarro y avanzó hacia el centro de la ciudad. El calor del cemento se le colaba por las zapatillas, pero no disminuyó el paso hasta que llegó al óvalo del héroe. Allí siguió la procesión de taxis y mototaxis que, en pelea de bocinazos, se metía en tromba bajo la sombra de los algarrobos de la avenida Grau que, por las fiestas, había roto su rutina de siesta y brotaba movimiento, estridencia y sudor. Pasó con pasos rápidos delante de los negocios de electrodomésticos, farmacias, jugueterías y almacenes de ropa, todos decorados con pinos de plástico bañados con nieve de algodón, bombas doradas y plateadas en las ramas, y cajas de zapatos envueltas en papel regalo en la base. Los vendedores —en mangas de camisa y las corbatas a media barriga— se mezclaban entre los villancicos, los televisores a todo volumen, el olor a pollo a la brasa, y las sirenas y luces de los juguetes. Luciano esquivó un Papá Noel de barba sucia y panza de almohada, puestos de periódico al borde de la pista, vendedores ambulantes de lentes de sol y relojes bamba. En la avenida Arequipa dobló a la izquierda, caminó media cuadra entre los cambistas de dólares que, calculadora en mano, se habían apropiado de toda la vereda y paró frente a la librería. Silbó varias veces hacia el balcón que colgaba sobre la galería. Chino asomó medio cuerpo por la ventana; sus ojos de rendija se perdían entre sus cachetes coloreados de sudor.


- ¿Qué pasó, Lucy Luciano? —gritó sonriendo.

- Sal pues, Chino, ya son más de las cuatro de la tarde y sigues durmiendo; no sé cómo puedes con este calor.

- ¿Y esa cara, compadrito? Me doy una ducha y bajo al toque para tomarnos una cervecita.


Caminaron hasta la Plaza de Armas y entraron a la juguería Venecia. Agarraron una mesa cerca de la puerta. Unos flecos dorados con letras rojas que deseaban una feliz Navidad y un venturoso año nuevo bailaban con el aire caliente de los ventiladores del techo.


- ¿Qué pasa, Lucy? te veo tenso, cumpañero —reía otra vez.

- No me jodas ahora, Chino —la voz se le ahogó—, la negra me dejó.

- ¿La negra te largó? ¡No te creo! —Chino llamó un mozo con la mano—. Maestro, una cervecita bien helada, por favor; rapidito que mi amigo se quiere cortar las venas.


**********


- Ici votre bière, Monsieur.


Ah, qué bien huele esto, una cosa así no se encuentra en ninguna parte. Y este hueco no está nada mal, la verdad: hay su movimiento y la música está muy bien. Tengo que salir más seguido, no sé qué hago siempre metido en la casa. «¿Salir hoy?; estoy muerta de cansancio, mon amour, mejor nos acostamos temprano para estar fresquitos mañana» Siempre lo mismo, todos mis días son iguales: ir, trabajar, regresar, comer, limpiar, ver las noticias, dormir. No sé qué estoy haciendo con mi vida. Juego al ejecutivo todo el día y en las noches al padre de familia cuarentón. ¿Es que no hay nada más? ¿Quién se va a acordar de mi dentro de cien años? Nadie, nadie. Somos víctimas, víctimas de este desorden, de este inmenso sinsentido. Atrapado sin salida… igual que Jack. Ya, mejor deja de filosofar y tómate la cerveza, hombre. A tu salud, Patricita, y ojalá que te indigestes con tu pescadito. Ah, esta cerveza se siente hasta en los pies, no hay duda que en esto los belgas son mucho mejores que nosotros. «Por allá en las Europas todo es mejor, mi querido Lucy Luciano, el Perú no tiene solución, hiciste bien en irte, cumpañero» Ese Chino no falla con sus llamadas de fin de año. Con la edad se ha vuelto medio cursi; tremenda joya que era. «Cariños para Patricia y la bebe, y un próspero Año Nuevo para toda la familia». Ah, mi querido Chino, a veces no sé qué hago por acá. Mejor me tomo una cerveza más antes que me agarre la depre.


- Une autre bière s'il vous plaît, Monsieur.


Así que la negra anda por acá. ¿Cómo habrá hecho? «No sé cómo hizo para conseguir la visa, pero el hecho es que se fue; la negra tenía sus recursos, tú lo sabes bien, Lucy». Ese Chino no cambia, siempre vacilando a todo el mundo. Pero es cierto que la negra tenía sus cosas bien puestas, una mujer de verdad, carajo, no como tú, Patricita, que aun así te haces la estrecha. Ah, negrita, qué estarás haciendo por acá. «Ni idea, compadre, pero seguro que le va mejor que acá; allá hay oportunidades para todos». Sí, claro que sí, acá todo es mejor, mi querido amigo. Salud por eso, Chino.

**********

- Cuenta pues, Lucy ¿Qué pasó con la negra?

- No sé, lo mismo de siempre, Chino, ya sabes: que mis papas no la quieren; que está confundida; que no se quiere desilusionar, y esas huevadas que dicen las mujeres.

- Mujer que no jode es hombre, compañero; pero, aquí entre nosotros, nomas: ¿No será que no la has movido bien?; a las chicas hay que darles un buen mantenimiento para que estén contentas, pues Luciano.

- Hablas como bueno, Chino. ¿Qué quieres que haga si no se deja? Y eso que sus viejos nunca están en casa.

- ¡No te creo! ¿O sea que nunca te ha mostrado la tortuguita?

- ¿De qué tortuga hablas, Chino de mierda?

- Dicen que la negra se tatuó una tortuga cuando se fue a Brasil el verano pasado. Justo allí, arriba de su cosita, una tortuguita azul.

- Para de joder, Chino, no sé nada de esa maldita tortuga. Lo único que sé es que tengo que recuperarla, no sé cómo, pero… —se le ahogó la voz otra vez—. Es la mujer de mi vida.


- Tranquilo, Luciano, tranquilo. A ver, tómate otra cervecita para que te calmes. Salud por ellas aunque mal paguen, cumpañero.

- Ta, Chino contigo nunca se puede hablar en serio, ¿no?

- No, Lucy, pero si yo estoy contigo, hombre. Mira, ¿por qué no nos damos una vueltita por el sitio, hermano? Te voy a presentar a unas chicas que te van a remover todas las penas, ya verás.

- ¿Al sitio, hoy día? No estoy seguro, Chino, hoy es Nochebuena.

- Vamos nomás, Lucy, yo sé lo que te digo. Además, los miércoles pasan revisión con el doctor de la Municipalidad así que deben estar como nuevas. A ver, maestrito —Chino llamó al mozo haciéndole señas con la mano—, la última cervecita que nos vamos, un par de chicas nos esperan.

- Está bien, pero vamos rápido que si no regreso a casa para la misa del gallo mi madre me parte el alma.


**********


¿Regresar a la casa?. No, ni hablar. ¿Para qué voy a regresar? ¿Para ponerme mi ternito y jugar a la happy family mientras me reviento la boca con las espinas del maldito pescado? No, de ninguna manera. Pero, siempre hay un pero, el problema es que acá parece que van a cerrar, ya casi no hay gente ¿Qué hago entonces? Yo creo que me pido la última cervecita y de allí me voy a dar una vueltita por el Red Light antes que me olvide cómo se hace. Sí, claro, siempre dices lo mismo y al final nunca haces nada; en el fondo eres un pisado y miedoso. Pero si me meto un Juanito Caminante doble en la cabeza ya nadie me para. Nada como un buen trago para eliminar la indecisión y postergar los complejos. Si no fuera por el trago cuantas cosas no habrían pasado. Ya poeta, ya. Si en mi casa no encuentro lo que necesito entonces lo busco afuera. ¿Qué te parece, Patricita? Lo que no sé es si habrá alguien hoy día. Seguro, seguro, no pongas excusas; para eso siempre hay clientela.


- Le addition s'il vous plaît, Monsieur.


Debe haber un taxi al otro lado de la plaza; ojalá, si no se me van a congelar las bolas. Hoy nos cae nieve de todas maneras. Ah, ¡qué suerte!, justo allí hay uno; seguro que es un moro de esos que sólo saben manejar taxis y vender fruta. No importa, con tal que me lleve, ellos conocen bien el camino. Listo, ya estamos adentro, dale un poco más a la calefacción y apaga tu música por favor, Mohamed, y a volar que el mundo se va a acabar. Ya estoy en camino, Patricita, ¿te enteras? Estos taxistas manejan igual en todo el mundo. Tranquilo, Bambi, tranquilo, que tan apurado no estoy, maldito.


**********


Sacaron la 125cc amarilla de la galería. Chino agarró la avenida principal que salía de la ciudad. En pocos minutos dejaron atrás las últimas casas y enfrentaron la carretera Panamericana. Oscurecía ya, pero el aire del desierto piurano aún estaba caliente. Camiones de carga y buses interprovinciales en dirección opuesta hacían vibrar la moto. Luciano se aferró a la cintura de Chino. Un poco después dejaron la carretera y tomaron un desvío de tierra que los llevó a una construcción rectangular, las dunas se acumulaban contras las paredes de ladrillo. Chino maniobró la moto entre un par de camiones parqueados hasta llegar al portón de entrada. Un hombre de piel oscura y pelo grasoso se les acercó.


- Te cuido la moto, chino?

- Sí, maestro, bien cuidadita.


Chino se aplanó el pelo con las manos y se dirigió a la entrada con las manos algo separadas del cuerpo.


- Vamos, Lucy Luciano, esta noche vamos a hacerte hombre —dijo entre risas.


Luciano lo siguió, pero paró en el umbral, donde las hojas de lata del portón habían vencido las bisagras y descansaban sobre pedazos de ladrillo viejo. Varios hombres se alineaban frente a los cuartos que, uno al costado del otro, formaban una U sobre un canchón de arena y piedras. Las paredes estaban encaladas en rojo. Sobre cada puerta había un número dibujado con esmalte, y un foco envuelto en papel celofán. Pequeñas ventanas con cortinas filtraban una media luz roja. Un hombre sin dientes y pellejo duro, llenaba baldes de agua en un cilindro de fierro en una esquina del local, y corría a los cuartos que se desocupaban. Luciano avanzó un poco más y volvió a parar. Los lamentos de un bolero salían de un salón con tubos de fluorescente verde, y salpicado de mesas de plástico. Una pareja trágica en el centro obviaba el ritmo de la música, y una voz borracha de cerveza doblaba la letra sobre el viento del desierto.


Luciano vi a Chino caminando hacia fondo del patio donde dos mujeres conversaban a gritos. La más alta llevaba un sostén negro, calzón de encaje con portaligas y zapatos de taco. La otra, de tetas grandes, llevaba un bikini de playa rojo con estrellitas doradas, que dejaba al aire los pliegues de su barriga, calzaba sandalias hawaianas de plástico. Ambas se habían tocado la cabeza con un gorrito rojo con pompón blanco en la punta.


- Mira quien viene allí, mi cachetón engreído —dijo la más alta—. Hola, chinito, qué lindo eres, seguro has venido a darme mi Navidad.

- ¿Cómo están, mis chicas?; les traigo un amigo para que me lo inicien en las artes del amor.


Luciano se había quedado parado en el medio del patio, apoyado en un algarrobo solitario, ahogado de orín y colillas.


- ¿Qué pasa, cumpañero, estás asustado? Ven que te presento a una amiga, te va a gustar tanto que la vas a querer llevar a cenar a tu casa y presentársela a tu papá —los tres rieron de buena gana.

- No hables huevadas, Chino —dijo Luciano mientras se aproximaba; su voz sonaba como si no fuera de él y daba cortas y frecuentes caladas a su cigarro.

Ven, chiquito, no te vamos a comer —dijo Diana Carolina (así se hacía llamar la más alta), que ya abrazaba a Chino por la cintura.

- Pero mira qué bonito este coloradito, seguro que es pito todavía, el pobrecito. —La mujer de las tetas grandes se acercó a Luciano, lo agarró de la mano y lo jaló hacía un cuarto—. Ven, bebe, yo te voy a enseñar a caminar. Algo me decía que hoy era mi día de suerte. ¿Tienes dinero, no, pequeño?

- No te preocupes, guapa —gritó entre risas Chino—. Yo le pago el primer polvo a mi amigo.


**********


Voy a pagarle a este salvaje y bajarme aquí de una vez. Por suerte ya casi llegamos: allí ya está la estación del norte: chucu chucu tren, chucu chucu tren. ¿Qué te pasa idiota, estás nerviosito? Tranquilo, tranquilo que no es tan difícil, hombre. Ojalá que haya alguien; tiene que haber alguien, porque esta noche de todas maneras la hago; ya verás, Patricita; a ver si me vienes con lo mismo otra vez. Ajá, por allá ya se ven algunas lucecitas. ¡Qué civismo, carajo, las reinas de la noche están laborando! Grande Wolfie, grande. Un traguito más no me caería nada mal ahora.

- Je descends ici, combien est-ce que je vous dois, Monsieur?


¡Joder, qué frío! Otra vez los guantes, el gorro, la bufanda. Mete y saca todo el tiempo. ¿Y si alguien me ve? No creo, sólo a mí se me puede ocurrir venir acá en Noche Buena. Vamos viendo, este tipo de allí parece que está borracho o fumado, mejor ni lo miro y voy de frente a ver qué es lo que se ofrece en estas vitrinas. ¡Qué cortinas tan asquerosas! Seguro que estas eran casas antes y ahora mira en lo que han acabado, con luces de colores y barcitos huachafos. Bonito no es el sitio, eso es un hecho. Todo lo que hay que hacer para meterse un polvo, carajo. Creo que de soltero uno la ve más seguido que de casado. La estupidez humana no tiene límites. A ver si me acerco un poco más, pero deja de temblar, hombre, pareces colegial. Esta de aquí, sin duda, que viene de donde nace el sol, no pasa nada contigo, Madame Butterfly, mejor te queda el kimono que el bikini, regresa a tu terruño, flaquita, o ponte a vender sushi, seguro que te va mejor. Ah, pero parece que me ha visto, sí, y me saluda la muy jugadora. No, flaquita, no, a mí no me gusta el color amarillo. A ver en la siguiente vitrina: ah, este tiene dos pisos, tipo mezanine, una flaca en cada piso. Negocios son negocios. No, gracias, con una está bien para comenzar, pero no estaría mal con dos alguna vez. Pero no con estas que parecen oficiales del Ejército Rojo. Mejor sigo viendo un poco más. ¿Cuánto sacarán al mes estas señoritas? No será poco porque, como ya lo dijo ese sabio llamado Don Vito Corleone, nada más efectivo que mujeres y trago para aflojar los bolsillos de un hombre. Joder, más mariposas acá también, ¿es que ya no hay nativas en este país? Caramba, está comenzando a nevar; y ahora qué hago. Voy a mirar un poco más hasta el final de la cuadra y si no hay nada regresaré otro día, si no me voy a congelar. Allí va saliendo un tipo, voy a ver qué tal está esa flaca, por lo menos demanda tiene. Aha, esta es otra cosa, allí sí hay de donde agarrar, además es morenita, parece latina, de las nuestras. No está mal, nada mal. Voltea pues, flaquita, para ver la mercadería completa. Pero ¿qué es eso? Parece una tortuga… justo allí; pero, no; no puede ser cierto, debe ser una coincidencia, se parecen mucho nada más. ¡Una tortuga azul! ¡Pero sí es ella! No puede ser, es ella, joder, es ella, vestida de puta, pero sí, no hay duda. Que no me vea, que no me vea. Vamos, rápido, rápido, antes que me reconozca. No puede ser, no puede ser. ¿Negra, negrita, que haces acá, metida de puta? Un taxi, necesito un taxi, voy a vomitar; me resbalo, carajo; estás borracho, idiota.


**********


- ¿Borracho? No, mamá, cómo se te ocurre, sólo me he tomado un par de cervezas para el calor —dijo Luciano con una sonrisa lenta, mientras estiraba la mano para agarrar un pedazo de panetón de la mesa.


Las bandejas de arroz moreno, ensaladas, y pasteles estaban distribuidas en la mesa, junto con copas, líneas de cubiertos y servilletas rojas y verdes. En el centro, con las patas arriba, el pavo dominaba la escena.


- Seguro que has estado otra vez con ese japonés de medio pelo, y esa huachafa con la que andas últimamente, la verdad, no te entiendo, Luciano; ni siquiera nos has acompañado a la iglesia; no sabes la vergüenza que nos has hecho pasar. —Los vuelos del cabello laqueado de la mujer se achataban con el aire del ventilador—. Eduardo, por favor, di algo, este chico se nos está echando a perder.

- Mira, Luciano, ya lo hemos pensado y lo mejor para ti es salir de ese ambiente podrido en el que estás metido. He hablado con mi hermana y, pasadas las fiestas, te vas ir un tiempo con ella.

- ¿Con mi tía? ¿A Europa? —gritó Luciano—. No, no pueden hacerme esto, no tienen derecho, es mi vida de la que están hablando.

- Tienes que tomarte las cosas más en serio, Luciano, si tú no puedes hacerlo, nosotros, como padres, tenemos la obligación de hacerlo por ti; tienes toda una vida por delante, hijo, más tarde nos lo vas a agradecer.


Luciano salió del comedor sin decir nada, pasó por la cocina, atravesó el jardín, agarró la manija de la puerta de la calle, metió la llave y entró.



- ¿Dónde has estado todo este tiempo, Luciano?, me tenías preocupada. —Patricia tenía puesto un vestido plisado con botones al cuello, pañuelo de amebas y zapatos de punta que Luciano no recordaba haber visto antes.

- Tuve un problema, Patricia, después te explico —el hedor que salía de su boca se mezclaba con el olor caliente a pescado que flotaba en el ambiente.

- ¿Has estado tomando otra vez, Luciano? —sus cejas de lápiz se agitaban sin lógica—. Mi papi está muy molesto, estamos esperándote hace horas, ya no sé qué decirles. Cómo te atreves a hacerme esto delante de mi familia —gritaba en voz baja.

- Perdóname, amor, se me hizo un poco tarde, no sé qué me pasó —el resplandor intermitente de las luces del árbol salpicaba sus palabras patéticas.

- Hazme el favor de cambiarte inmediatamente y presentarte a la mesa a disculparte, Luciano ¡Qué vergüenza! Diles que has tenido un problema en el trabajo. Ya vamos a hablar después.

- Sí, mi amor, será como tú digas, papá, y feliz Navidad para todos.

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